Gianfranco Mese L
2005-07-09 17:44:41 UTC
LaLeggenda nera è quel corpus di menzogne, deviazioni storiche,
ricostruzioni inventate e fasulle messe in modo dai circoli culturali
ateo-massonici nel corso dei secoli per screditare SantA Romana Chiesa cioè
l'Istituzione piu' longeva della Storia della umanità.Panzane quali
l'inquisizone, le crociate violente, la caccia alle streghe sono state
inventate di sana pianta per circuire le menti piu' deboli e acritiche.Anche
il satanismo è uno strumento per aggredire la Chiesa oltre alla recente
propaganda in favore dei pseudo diritti dei sodomiti.Ovviamente questa
longevità è la prova della natura divina dei suoi insegnamenti (il comunismo
ateo è fallito dopo appena 100 anni cioè il 5% del tempo da che vive La
Chiesa di Cristo).
In Spagnolo
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La Iglesia, ante la difamación histórica
Leyendas negras de ayer,
hoy y mañana
Por Alejandro Rodríguez de la Peña*
Alfa y Omega
Cuando se aborda la historia de la Iglesia católica, tarde o temprano nos
encontraremos con el fenómeno historiográfico que se ha dado en llamar
leyenda negra. Ésta consiste en una labor de propaganda, de desinformación,
que, a través de la presentación tendenciosa de los hechos históricos, bajo
la apariencia de objetividad y de rigor histórico o científico, procura
crear una opinión pública, bien anticlerical, bien anticatólica. Por eso se
aparta de lo que podría aceptarse como una simple crítica, una denuncia
honesta y rigurosa de los errores cometidos por los miembros de la Iglesia,
dando en cambio una imagen voluntariamente distorsionada del pasado de la
Iglesia, para convertirla en una descalificación global de una misión
milenaria, tanto antes como, sobre todo, en la actualidad.
La leyenda negra de la Iglesia no es un asunto baladí que deba ser objeto de
preocupación sólo para los historiadores. Lo cierto es que todos los
católicos nos jugamos mucho en la lucha contra sus manipulaciones. Y es que
la descalificación global de esta institución religiosa a largo de toda su
historia compromete seriamente ante la opinión pública su legitimidad social
y moral de cara al futuro. Un fenómeno reciente como la polvareda social
levantada por la novela El Código Da Vinci resulta ser un magnífico ejemplo
del peligro que la manipulación de la historia de la Iglesia entraña para su
acción pastoral actual.
Los ataques, desde antiguo
En realidad, los ataques demagógicos y panfletarios contra el pasado y el
presente de la Iglesia datan de muy antiguo. En efecto, podemos encontrar
diatribas furibundas contra el cristianismo católico por parte de autores
paganos grecorromanos (Celso, Zósimo, Juliano el Apóstata.), de los
diferentes heresiarcas medievales y de los polemistas judíos y musulmanes.
Pero la polémica anticatólica se acentuó y cobró una especial virulencia en
la segunda mitad del siglo XVI, cuando las discusiones entre católicos y
protestantes invadieron también el campo historiográfico y literario,
surgiendo entonces todo un modelo de difamación sistemática de la Iglesia.
Más en concreto, encontramos el origen del discurso anticatólico actual en
la llamada leyenda negra, un conjunto de acusaciones contra la Iglesia y la
monarquía hispánica que se generó y se desarrolló en Inglaterra y Holanda,
en el curso de la lucha entre Felipe II y los protestantes.
El anticatolicismo llegó a ser, con el tiempo, parte integral de la cultura
inglesa, holandesa o escandinava. Escritores y libelistas se esforzaron por
inventar mil ejemplos de la vileza y perfidia papista, y difundieron por
Europa la idea de que la Iglesia católica era la sede del Anticristo, de la
ignorancia y del fanatismo. Tal idea se generalizó en el siglo XVIII, a lo
largo y ancho de la Europa iluminista y petulante de la Ilustración,
señalando a la Iglesia como causa principal de la degradación cultural de
los países que habían permanecido católicos.
En los prejuicios difundidos sobre la historia de la Iglesia se observan dos
elementos básicos y, en no pocas ocasiones, íntimamente entremezclados: la
visión de la Iglesia medieval y moderna como una institución oscurantista,
reaccionaria y enemiga de todo progreso intelectual o social; y su
caricaturización como una fuerza represiva e intolerante, enemiga de los
derechos humanos y promotora de las Cruzadas y la Inquisición.
Se suele afirmar, por ejemplo, que las Cruzadas fueron guerras de agresión
provocadas contra un mundo musulmán pacífico. Esta afirmación es
completamente errónea. Ahora mismo tenemos en nuestras pantallas una
película, El reino de los cielos, bastante proclive a esta angelización de
los musulmanes del medievo. Pero lo cierto es que, desde los mismos tiempos
de Mahoma, los musulmanes habían intentado conquistar el mundo cristiano. E
incluso habían obtenido éxitos notables. Tras varios siglos de continuas
conquistas, los ejércitos musulmanes dominaban todo el norte de África,
Oriente Medio, Asia Menor y gran parte de España. En otras palabras, a
finales del siglo XI, las fuerzas islámicas habían conquistado dos terceras
partes del mundo cristiano: Palestina, la tierra de Jesucristo; Egipto,
donde nace el cristianismo monástico; Asia Menor, donde san Pablo había
plantado las semillas de las primeras comunidades cristianas... Estos
lugares no estaban en la periferia de la cristiandad, sino que eran su
verdadero centro.
¡Así se escribe la Historia!
Otro lugar común de la leyenda negra anticatólica es -no podía ser de otro
modo- la acción de la Inquisición en la Edad Media y la Moderna. Por
ejemplo, todo el mundo ha oído hablar del caso de Galileo Galilei, casi
siempre de modo deformado, ya que no se suele explicar que el sabio italiano
apenas sufrió otro castigo que un cómodo arresto domiciliario en un palacio
cardenalicio. Por el contrario, son pocos los colegiales que saben que
Antoine Lavoisier, uno de los fundadores de la Química, fue guillotinado a
causa de sus ideas políticas, por un tribunal durante el Terror jacobino, al
grito de ¡La Revolución no necesita científicos! No olvidemos tampoco que,
en Ginebra -la Meca del protestantismo-, Juan Calvino no dudó en mandar a la
hoguera al ilustre descubridor de la circulación de la sangre, nuestro
compatriota Miguel Servet. El científico aragonés fue tan sólo una de las
quinientas víctimas de diez años de intolerancia calvinista en una ciudad
con apenas diez mil habitantes. Con esta proporción brutal de represaliados,
la Inquisición española habría debido quemar ¡un millón de personas cada
siglo! -en realidad, fueron tres mil en trescientos años-. Aun así,
Torquemada ha pasado al argot popular como sinónimo de intolerancia, y
Calvino es ponderado por muchos como uno de los padres de las democracias
liberales del norte de Europa.
Un ejemplo reciente de cómo la leyenda negra ha cobrado nuevos bríos
últimamente lo hallamos en el ya mencionado Código Da Vinci. Su autor, Dan
Brown, deja caer que la Iglesia habría quemado a cinco millones de brujas
(p. 158), cuando todos los especialistas, con Brian Pavlac a la cabeza,
limitan la cifra a 30.000, a lo sumo, para el período 1400-1800 (por cierto,
el 90% víctimas de la Inquisición protestante, y no de la católica).
Esto conecta con el ominoso concepto de Gendercide (genocidio de las
mujeres), que han acuñado el feminismo y el lesbianismo radicales en las
universidades norteamericanas. Esto es, la criminalización de la Iglesia
católica, que cargaría con una mancha histórica tan negra como el Holocausto
nazi. De la misma forma que el nazismo ha quedado desacreditado para siempre
jamás por su ejecutoria asesina contra los judíos, la Iglesia carecería de
toda legitimidad como institución por su pasado criminal en relación a las
mujeres. Barbaridades como ésta se leen y se escuchan en algunos
departamentos de Gender studies de los Estados Unidos.
No en vano, el Código Da Vinci se basa en una serie de absurdas creencias
neo-gnósticas y feministas que entran en oposición directa no sólo con el
cristianismo, sino con la Historia académica tal y como es enseñada en todas
las universidades respetables del mundo. Mucho se ha hablado de la
inverosímil hipótesis de Dan Brown de que Cristo y María Magdalena estaban
casados y tuvieron descendencia, pero eso sólo es la punta de un iceberg de
disparates. Convenientemente camufladas tras la atractiva trama narrativa
propia de un thriller policíaco, el autor va deslizando aquí y allá ideas
propias de una cosmovisión que enseña que el cristianismo es una mentira
violenta y sangrienta, que la Iglesia católica es una institución siniestra
y misógina, y que la verdad es, en última instancia, creación y producto de
cada persona.
La realidad, como es
Volviendo al espinoso asunto de la Inquisición, si queremos ser rigurosos,
hay que señalar que el Santo Oficio era un tribunal dedicado a investigar si
entre los católicos había herejes, un tema gravísimo entonces, al que ahora
no se da importancia porque las sociedades no son confesionales. Pero es que
entonces las disputas teológicas daban lugar a guerras y conmociones sin
cuento (las guerras de religión en Europa provocaron un millón de muertos
entre 1517 y 1648). Por consiguiente, la Inquisición era un instrumento
básico para el mantenimiento de la paz en un reino. Por otro lado, un hecho
no suficientemente conocido es que la Inquisición no tenía jurisdicción
alguna sobre los no bautizados. Por tanto, ni judíos ni musulmanes podían
ser juzgados, detenidos o acosados por la Inquisición.
Ciertamente, el Santo Oficio usaba el tormento como todos los tribunales de
la época, pero generalmente con mayores garantías procesales, ya que se
realizaba siempre en presencia del notario, los jueces y un médico, y sin
que se pudieran causar al reo mutilaciones, quebrantamiento de huesos,
derramamiento de sangre ni lesiones irreparables. Finalmente, hay que llamar
la atención sobre el hecho de que la mayoría de las penas eran de tipo
canónico, como oraciones o penitencias. Las condenas a muerte fueron
rarísimas, y sólo en casos muy graves sin arrepentimiento, pues si había
arrepentimiento había indulgencia con el reo. Como ya se ha dicho, en sus
tres siglos de historia, la Inquisición ajustició a unos 3.000
reos (de un total de 200.000 procesados). Esta cifra, con ser alta,
representa tan sólo la décima parte de los asesinados en Francia por el
régimen del Terror jacobino en el periodo 1792-1795. Es decir, en tan sólo
tres años, los hijos de la Ilustración iluminista habían multiplicado por
diez las víctimas fruto de trescientos años de actuación de la Inquisición
católica. ¿Y quien se atreve hoy en día a mentarle este hecho a un defensor
de la democracia liberal, cuyos fundamentos mismos sentó la Revolución
Francesa? ¿Porqué, entonces, tenemos los católicos que aguantar día sí día
también que algunos sectarios nos recuerdan la Inquisición cada vez que nos
identificamos como hijos de la Santa Madre Iglesia?
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* Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña, profesor de Historia Medieval, de
la Universidad San Pablo-CEU y Secretario Nacional de Jóvenes de la
Asociación Católica de Propagandistas
© ASOCIACIÓN ARVO 1980-2005
Contacto: mailto:***@arvo.net
Director de Revistas: Javier Martínez Cortés
Editor-Coordinador: Antonio Orozco Delclós
--
Gianfranco nel Mese XLIX dell'E.B.
Anno V dell' E.B.
67 D.B. 2004 D.C.
Proud member of
www.silvioberlusconifansclub.org
http://www.italiansforgeorgewbush.com/
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ateo-massonici nel corso dei secoli per screditare SantA Romana Chiesa cioè
l'Istituzione piu' longeva della Storia della umanità.Panzane quali
l'inquisizone, le crociate violente, la caccia alle streghe sono state
inventate di sana pianta per circuire le menti piu' deboli e acritiche.Anche
il satanismo è uno strumento per aggredire la Chiesa oltre alla recente
propaganda in favore dei pseudo diritti dei sodomiti.Ovviamente questa
longevità è la prova della natura divina dei suoi insegnamenti (il comunismo
ateo è fallito dopo appena 100 anni cioè il 5% del tempo da che vive La
Chiesa di Cristo).
In Spagnolo
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La Iglesia, ante la difamación histórica
Leyendas negras de ayer,
hoy y mañana
Por Alejandro Rodríguez de la Peña*
Alfa y Omega
Cuando se aborda la historia de la Iglesia católica, tarde o temprano nos
encontraremos con el fenómeno historiográfico que se ha dado en llamar
leyenda negra. Ésta consiste en una labor de propaganda, de desinformación,
que, a través de la presentación tendenciosa de los hechos históricos, bajo
la apariencia de objetividad y de rigor histórico o científico, procura
crear una opinión pública, bien anticlerical, bien anticatólica. Por eso se
aparta de lo que podría aceptarse como una simple crítica, una denuncia
honesta y rigurosa de los errores cometidos por los miembros de la Iglesia,
dando en cambio una imagen voluntariamente distorsionada del pasado de la
Iglesia, para convertirla en una descalificación global de una misión
milenaria, tanto antes como, sobre todo, en la actualidad.
La leyenda negra de la Iglesia no es un asunto baladí que deba ser objeto de
preocupación sólo para los historiadores. Lo cierto es que todos los
católicos nos jugamos mucho en la lucha contra sus manipulaciones. Y es que
la descalificación global de esta institución religiosa a largo de toda su
historia compromete seriamente ante la opinión pública su legitimidad social
y moral de cara al futuro. Un fenómeno reciente como la polvareda social
levantada por la novela El Código Da Vinci resulta ser un magnífico ejemplo
del peligro que la manipulación de la historia de la Iglesia entraña para su
acción pastoral actual.
Los ataques, desde antiguo
En realidad, los ataques demagógicos y panfletarios contra el pasado y el
presente de la Iglesia datan de muy antiguo. En efecto, podemos encontrar
diatribas furibundas contra el cristianismo católico por parte de autores
paganos grecorromanos (Celso, Zósimo, Juliano el Apóstata.), de los
diferentes heresiarcas medievales y de los polemistas judíos y musulmanes.
Pero la polémica anticatólica se acentuó y cobró una especial virulencia en
la segunda mitad del siglo XVI, cuando las discusiones entre católicos y
protestantes invadieron también el campo historiográfico y literario,
surgiendo entonces todo un modelo de difamación sistemática de la Iglesia.
Más en concreto, encontramos el origen del discurso anticatólico actual en
la llamada leyenda negra, un conjunto de acusaciones contra la Iglesia y la
monarquía hispánica que se generó y se desarrolló en Inglaterra y Holanda,
en el curso de la lucha entre Felipe II y los protestantes.
El anticatolicismo llegó a ser, con el tiempo, parte integral de la cultura
inglesa, holandesa o escandinava. Escritores y libelistas se esforzaron por
inventar mil ejemplos de la vileza y perfidia papista, y difundieron por
Europa la idea de que la Iglesia católica era la sede del Anticristo, de la
ignorancia y del fanatismo. Tal idea se generalizó en el siglo XVIII, a lo
largo y ancho de la Europa iluminista y petulante de la Ilustración,
señalando a la Iglesia como causa principal de la degradación cultural de
los países que habían permanecido católicos.
En los prejuicios difundidos sobre la historia de la Iglesia se observan dos
elementos básicos y, en no pocas ocasiones, íntimamente entremezclados: la
visión de la Iglesia medieval y moderna como una institución oscurantista,
reaccionaria y enemiga de todo progreso intelectual o social; y su
caricaturización como una fuerza represiva e intolerante, enemiga de los
derechos humanos y promotora de las Cruzadas y la Inquisición.
Se suele afirmar, por ejemplo, que las Cruzadas fueron guerras de agresión
provocadas contra un mundo musulmán pacífico. Esta afirmación es
completamente errónea. Ahora mismo tenemos en nuestras pantallas una
película, El reino de los cielos, bastante proclive a esta angelización de
los musulmanes del medievo. Pero lo cierto es que, desde los mismos tiempos
de Mahoma, los musulmanes habían intentado conquistar el mundo cristiano. E
incluso habían obtenido éxitos notables. Tras varios siglos de continuas
conquistas, los ejércitos musulmanes dominaban todo el norte de África,
Oriente Medio, Asia Menor y gran parte de España. En otras palabras, a
finales del siglo XI, las fuerzas islámicas habían conquistado dos terceras
partes del mundo cristiano: Palestina, la tierra de Jesucristo; Egipto,
donde nace el cristianismo monástico; Asia Menor, donde san Pablo había
plantado las semillas de las primeras comunidades cristianas... Estos
lugares no estaban en la periferia de la cristiandad, sino que eran su
verdadero centro.
¡Así se escribe la Historia!
Otro lugar común de la leyenda negra anticatólica es -no podía ser de otro
modo- la acción de la Inquisición en la Edad Media y la Moderna. Por
ejemplo, todo el mundo ha oído hablar del caso de Galileo Galilei, casi
siempre de modo deformado, ya que no se suele explicar que el sabio italiano
apenas sufrió otro castigo que un cómodo arresto domiciliario en un palacio
cardenalicio. Por el contrario, son pocos los colegiales que saben que
Antoine Lavoisier, uno de los fundadores de la Química, fue guillotinado a
causa de sus ideas políticas, por un tribunal durante el Terror jacobino, al
grito de ¡La Revolución no necesita científicos! No olvidemos tampoco que,
en Ginebra -la Meca del protestantismo-, Juan Calvino no dudó en mandar a la
hoguera al ilustre descubridor de la circulación de la sangre, nuestro
compatriota Miguel Servet. El científico aragonés fue tan sólo una de las
quinientas víctimas de diez años de intolerancia calvinista en una ciudad
con apenas diez mil habitantes. Con esta proporción brutal de represaliados,
la Inquisición española habría debido quemar ¡un millón de personas cada
siglo! -en realidad, fueron tres mil en trescientos años-. Aun así,
Torquemada ha pasado al argot popular como sinónimo de intolerancia, y
Calvino es ponderado por muchos como uno de los padres de las democracias
liberales del norte de Europa.
Un ejemplo reciente de cómo la leyenda negra ha cobrado nuevos bríos
últimamente lo hallamos en el ya mencionado Código Da Vinci. Su autor, Dan
Brown, deja caer que la Iglesia habría quemado a cinco millones de brujas
(p. 158), cuando todos los especialistas, con Brian Pavlac a la cabeza,
limitan la cifra a 30.000, a lo sumo, para el período 1400-1800 (por cierto,
el 90% víctimas de la Inquisición protestante, y no de la católica).
Esto conecta con el ominoso concepto de Gendercide (genocidio de las
mujeres), que han acuñado el feminismo y el lesbianismo radicales en las
universidades norteamericanas. Esto es, la criminalización de la Iglesia
católica, que cargaría con una mancha histórica tan negra como el Holocausto
nazi. De la misma forma que el nazismo ha quedado desacreditado para siempre
jamás por su ejecutoria asesina contra los judíos, la Iglesia carecería de
toda legitimidad como institución por su pasado criminal en relación a las
mujeres. Barbaridades como ésta se leen y se escuchan en algunos
departamentos de Gender studies de los Estados Unidos.
No en vano, el Código Da Vinci se basa en una serie de absurdas creencias
neo-gnósticas y feministas que entran en oposición directa no sólo con el
cristianismo, sino con la Historia académica tal y como es enseñada en todas
las universidades respetables del mundo. Mucho se ha hablado de la
inverosímil hipótesis de Dan Brown de que Cristo y María Magdalena estaban
casados y tuvieron descendencia, pero eso sólo es la punta de un iceberg de
disparates. Convenientemente camufladas tras la atractiva trama narrativa
propia de un thriller policíaco, el autor va deslizando aquí y allá ideas
propias de una cosmovisión que enseña que el cristianismo es una mentira
violenta y sangrienta, que la Iglesia católica es una institución siniestra
y misógina, y que la verdad es, en última instancia, creación y producto de
cada persona.
La realidad, como es
Volviendo al espinoso asunto de la Inquisición, si queremos ser rigurosos,
hay que señalar que el Santo Oficio era un tribunal dedicado a investigar si
entre los católicos había herejes, un tema gravísimo entonces, al que ahora
no se da importancia porque las sociedades no son confesionales. Pero es que
entonces las disputas teológicas daban lugar a guerras y conmociones sin
cuento (las guerras de religión en Europa provocaron un millón de muertos
entre 1517 y 1648). Por consiguiente, la Inquisición era un instrumento
básico para el mantenimiento de la paz en un reino. Por otro lado, un hecho
no suficientemente conocido es que la Inquisición no tenía jurisdicción
alguna sobre los no bautizados. Por tanto, ni judíos ni musulmanes podían
ser juzgados, detenidos o acosados por la Inquisición.
Ciertamente, el Santo Oficio usaba el tormento como todos los tribunales de
la época, pero generalmente con mayores garantías procesales, ya que se
realizaba siempre en presencia del notario, los jueces y un médico, y sin
que se pudieran causar al reo mutilaciones, quebrantamiento de huesos,
derramamiento de sangre ni lesiones irreparables. Finalmente, hay que llamar
la atención sobre el hecho de que la mayoría de las penas eran de tipo
canónico, como oraciones o penitencias. Las condenas a muerte fueron
rarísimas, y sólo en casos muy graves sin arrepentimiento, pues si había
arrepentimiento había indulgencia con el reo. Como ya se ha dicho, en sus
tres siglos de historia, la Inquisición ajustició a unos 3.000
reos (de un total de 200.000 procesados). Esta cifra, con ser alta,
representa tan sólo la décima parte de los asesinados en Francia por el
régimen del Terror jacobino en el periodo 1792-1795. Es decir, en tan sólo
tres años, los hijos de la Ilustración iluminista habían multiplicado por
diez las víctimas fruto de trescientos años de actuación de la Inquisición
católica. ¿Y quien se atreve hoy en día a mentarle este hecho a un defensor
de la democracia liberal, cuyos fundamentos mismos sentó la Revolución
Francesa? ¿Porqué, entonces, tenemos los católicos que aguantar día sí día
también que algunos sectarios nos recuerdan la Inquisición cada vez que nos
identificamos como hijos de la Santa Madre Iglesia?
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* Manuel Alejandro Rodríguez de la Peña, profesor de Historia Medieval, de
la Universidad San Pablo-CEU y Secretario Nacional de Jóvenes de la
Asociación Católica de Propagandistas
© ASOCIACIÓN ARVO 1980-2005
Contacto: mailto:***@arvo.net
Director de Revistas: Javier Martínez Cortés
Editor-Coordinador: Antonio Orozco Delclós
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Gianfranco nel Mese XLIX dell'E.B.
Anno V dell' E.B.
67 D.B. 2004 D.C.
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