libera
2008-02-02 20:25:22 UTC
Craig Blomberg
Distinguido profesor de Nuevo Testamento, Seminario de Denver
Para algunas personas, los milagros de los evangelios son la parte más
difícil de creer entre todos los relatos del Nuevo Testamento. La
ciencia moderna, dicen, ha demostrado que el universo es una constante
de causa y efecto. Los pueblos antiguos creían en la posibilidad de la
existencia de fuerzas sobrenaturales obrando en el mundo, pero hoy
nuestro conocimiento es mayor, y tal creencia resulta más complicada
de tener.
Actualmente los filósofos de la ciencia hacen énfasis en que por
definición la ciencia sólo puede demostrar lo repetible bajo
condiciones controladas. Si existe un Dios del tipo en el que los
judíos, cristianos y musulmanes han creído a lo largo de su historia,
entonces sería de esperarse que ocasionalmente eludiera las leyes de
la naturaleza. La verdadera pregunta es entonces si existe una buena
razón para creer en Dios, en principio de cuentas.
Uno de los progresos más emocionantes y esperanzadores que a este
respecto se hayan hecho en años recientes es el movimiento del diseño
inteligente.1 Al señalar numerosos ejemplos de entidades fundamentales
del mundo biológico que muestran complejidad irreducible, diferentes
científicos no cristianos han aceptado que debe de existir un ser
inteligente detrás de la Creación. La teoría de la "gran explosión" en
su conjunto nos lleva a preguntar qué o quién produjo dicha
"explosión".
Para otras personas, argumentos filosóficos como los del famoso
escocés del siglo XVII, David Hume, resultan más convincentes. Hoy,
aunque no se diga que los milagros son imposibles, se piensa que las
probabilidades de una explicación natural son siempre mayores que una
explicación sobrenatural. Los fenómenos pueden engañarnos, los
testigos pueden equivocarse y, además, para explicar un suceso es
necesario que éste tenga analogías con lo que ha sucedido en el
pasado. Sin embargo, no queda nada claro que cualquiera de estos
argumentos implique que las pruebas nunca podrían ser inequívocas ni
los testigos inexpugnables... y, si cada suceso debe tener una analogía
conocida, entonces por ejemplo, la gente que vivía en los trópicos
antes de la aparición de la tecnología moderna no hubiese aceptado la
existencia del hielo!2
Hoy, quizá la objeción más común de los eruditos a la credibilidad de
los milagros de Jesús es que las historias y mitos de otras religiones
que compitieron con el cristianismo en el imperio romano del primer
siglo son muy similares, y por ende, dicen que tiene más sentido
asumir que las historias de los milagros cristianos enseñan verdades
teológicas mediante relatos ficticios. Es curioso ver con cuánta
frecuencia la gente común e incluso algunos expertos repiten la
acusación de que los milagros del Evangelio suenan como las leyendas
de otras religiones antiguas sin siquiera haber estudiado esos
relatos. Por ejemplo, con mucha frecuencia se alega que hubo
nacimientos virginales e historias de resurrección en todo el panorama
religioso antiguo; pero, de hecho, la mayoría de los supuestos
paralelos con nacimientos especiales implican relaciones sexuales
humanas ordinarias emparejadas con la simple creencia de que una de
las personas involucradas era en realidad un(a) dios(a) de incógnito.
También ha sucedido lo que con Alejandro el Grande, en una de cuyas
leyendas aparecida casi un milenio después que él, el gigante Pitón se
enredó alrededor de su madre en la noche de bodas, y manteniendo a su
padre a una discreta distancia impregnó a la joven mujer.3
En el caso de la resurrección, existen historias acerca de dioses o
diosas que morían y resucitaban cada año, con frecuencia en las
temporadas correspondientes a la cosecha y la plantación,
respectivamente. En ocasiones, los escritores grecorromanos utilizaban
el término metafóricamente para hablar acerca de la restauración de la
salud de alguna persona gravemente enferma o del estatus de alguien
que había caído en desgracia o había sido depuesto por algún tiempo.
Sin embargo, no existen historias originadas en el mundo antiguo (ni
en el moderno, a decir verdad) de seres humanos reales que hayan
empezado a circular en el transcurso de la vida de sus seguidores, y
en las cuales dichos individuos hayan muerto y resucitado
corporalmente para expiar los pecados del mundo.4
De hecho, la totalidad de las historias paralelas más cercanas a los
milagros de Jesús en el mundo mediterráneo antiguo son un poco
posteriores al tiempo en que él vivió. Se dice que Apolonio de Tiana,
quien vivió a finales del primer siglo, obró dos o tres milagros muy
similares a las sanaciones y resurrecciones de Jesús. De la misma
manera, se dice que el carismático judío obrador de maravillas Hanina
ben Dosa, cuyas historias aparecen en la literatura rabínica
posterior, hizo un par de sanaciones milagrosas similares a las de
Cristo. El mito gnóstico del segundo siglo acerca de un redentor
ascendente y descendente algunas veces insertaba explícitamente a
Jesús en lugar de (o como) Sofía, la "Sabiduría", como su héroe. El
mitraísmo empezó a parecerse al cristianismo hasta finales del siglo
II y principios del III. Pero todas estas adaptaciones son demasiado
tardías para haber influenciado a los escritores del primer siglo; si
acaso, pueden haber nacido del deseo de hacer a sus héroes más
parecidos a Jesús, y por lo tanto más creíbles en un mundo en el que
el cristianismo estaba teniendo cada vez más influencia.
Entonces, cuando todas las principales razones para no creer en los
milagros del Evangelio dejan de ser convincentes, ¿cuáles son las
razones positivas para creer en ellos? Para empezar, están
profundamente insertados en cada una de las capas y fuentes de los
evangelios, así como en los evangelios terminados, de la tradición
cristiana temprana. Así mismo, las fuentes judías atestiguan los
milagros de Jesús. Enfrentados con la oportunidad de negar las
declaraciones cristianas de que Jesús realizó tales proezas
sorprendentes, Josefo y el Talmud prefieren corroborarlas, aunque no
crean que Jesús haya sido enviado del Cielo. Los rabinos con
frecuencia acusaban a Jesús de ser un hechicero que desvió a Israel,
de forma muy parecida a como los líderes judíos de los relatos
evangélicos (Marcos 3:20-30) acusaban a Cristo de recibir su poder de
parte del diablo.
Además, la naturaleza de los milagros de Jesús contrasta marcadamente
con la mayoría de los milagros de su entorno. Existe un número
bastante grande de relatos sobre exorcismos y sanaciones en fuentes
judías, griegas y romanas, pero ninguno en el que determinado obrador
de maravillas realice sus milagros con regularidad y éxito sin
utilizar fórmulas o instrumentos mágicos, sino sólo con la oración
adecuada a Dios o los dioses.5 Los milagros más espectaculares obrados
sobre la naturaleza tienen pocos paralelos en el mundo grecorromano;
existen algunas historias, pero con frecuencia también hay razones
para no creerlas. Por ejemplo, de la fuente del templo de Dionisio, en
Efeso, fluía vino en lugar de agua una vez al año. Sin embargo,
Luciano explicó que los sacerdotes tenían un túnel subterráneo secreto
que les permitía reemplazar por vino el suministro de agua de la
fuente. Difícilmente podría ser ésta la explicación de cómo convirtió
Jesús el agua en vino.
Los milagros "cristianos" apócrifos forman parte del grupo de
narraciones que tienden a llenar los espacios vacíos de los registros
evangélicos. ¿Cómo fue Jesús de niño? ¿Cómo ocurrió el nacimiento de
la virgen? ¿Qué sucedió cuando Jesús descendió al lugar de los
muertos? A veces las respuestas son bastante frívolas comparadas con
las de los evangelios canónicos: el niño Jesús sacando pájaros del
lodo e insuflándoles vida para que pudieran volar, o maldiciendo a un
compañero de juegos que se había burlado de él para secar sus
miembros. Ciertamente, dentro de los evangelios de Mateo, Marcos,
Lucas y Juan, el propósito principal de los milagros de Jesús es
demostrar que el reino está cerca, que la era mesiánica ha llegado
(Lucas 12:28); pero si el reino está cerca, entonces el rey debe estar
cerca también... y si la época mesiánica ha llegado, entonces el Mesías
debe estar presente. El propósito principal de los milagros no es
demostrar lo que Dios puede hacer por nosotros.
Las historias paralelas más cercanas a los milagros de Jesús están, de
hecho, en el Antiguo Testamento: la alimentación de multitudes con pan
provisto milagrosamente; la soberanía de Dios sobre el viento y las
olas; Elías y Eliseo resucitando muertos... Todos estos parecen
antecedentes cruciales para entender los textos del Nuevo Testamento.
Si acaso, dichos paralelos deberían inspirar confianza en la
confiabilidad de los relatos neo testamentarios.
Al mismo tiempo, nada en la teología cristiana nos exige argüir que
los milagros bíblicos son los únicos que han ocurrido. Nada en la
Biblia nos obliga a imaginar que Dios utiliza sólo a su gente para
obrar lo sobrenatural, y tanto la inspiración demoníaca como la
manufactura humana pueden explicar otras obras sobrenaturales. Además,
nada les impide tener paralelos en posteriores tradiciones cristianas.
Al mismo tiempo, los historiadores no deberían, y no necesitan, tener
una actitud más crédula hacia los milagros bíblicos que hacia los
extra bíblicos. Cuando aplicamos a ambos el mismo criterio de
autenticidad, los milagros bíblicos gozan de más pruebas que los
apoyan.
Para concluir, comparto una cita de uno de los historiadores más
meticulosos entre los expertos bíblicos contemporáneos:
Vista en su conjunto, la tradición de los milagros de Jesús está mejor
apoyada por los criterios de historicidad que muchas otras tradiciones
bien conocidas y con frecuencia aceptadas sin objeción acerca de su
vida y ministerio... Dicho en forma dramática, pero sin demasiada
exageración: si se rechazara totalmente la tradición de los milagros
del ministerio público de Jesús por no ser histórica, entonces
tendrían que rechazarse todas las demás tradiciones evangélicas acerca
de él.6
Notas
1 Ver especialmente Michael J. Behe, Darwin's Black Box: The
Biochemical Challenge to Evolution [La caja negra de Darwin: El
desafío bioquímico a la Evolución] (Nueva York y Londres: Free Press,
rev. 2006).
2 Ver Joseph Houston, Reported Miracles: A Critique of Hume [Milagros
registrados: Crítica a Hume] (Cambridge: Cambridge University Press,
1994).
3 Ver especialmente J. Gresham Machen, The Virgin Birth of Christ [El
nacimiento virginal de Cristo] (Nueva York: Harper & Row, 1930;
Londres: James Clarke, repr. 2000).
4 Para ver todos los detalles cf. Ronald H. Nash, The Gospel and the
Greeks: Did the New Testament Borrow from Pagan Thought? [El Evangelio
y los griegos: ¿Tomó prestado el Nuevo Testamento al pensamiento
pagano? (Phillipsburg, N.J.: Presbyterian & Reformed, rev. 2003).
5 Ver especialmente Graham H. Twelftree, Jesus the Exorcist [Jesús el
exorcista] (Peabody, Massachusets: Hendrickson, 1991); idem, Jesus the
Miracle Worker [Jesús el obrador de milagros] (Downers Grove,
Illinois: InterVarsity Press, 1999).
6 John P. Meier, A Marginal Jew: Rethinking the Historical Jesus, vol.
2 [Un judío marginal: Modificando nuestra forma de pensar acerca del
Jesús histórico] (Nueva York: Doubleday, 1994), 630.
Distinguido profesor de Nuevo Testamento, Seminario de Denver
Para algunas personas, los milagros de los evangelios son la parte más
difícil de creer entre todos los relatos del Nuevo Testamento. La
ciencia moderna, dicen, ha demostrado que el universo es una constante
de causa y efecto. Los pueblos antiguos creían en la posibilidad de la
existencia de fuerzas sobrenaturales obrando en el mundo, pero hoy
nuestro conocimiento es mayor, y tal creencia resulta más complicada
de tener.
Actualmente los filósofos de la ciencia hacen énfasis en que por
definición la ciencia sólo puede demostrar lo repetible bajo
condiciones controladas. Si existe un Dios del tipo en el que los
judíos, cristianos y musulmanes han creído a lo largo de su historia,
entonces sería de esperarse que ocasionalmente eludiera las leyes de
la naturaleza. La verdadera pregunta es entonces si existe una buena
razón para creer en Dios, en principio de cuentas.
Uno de los progresos más emocionantes y esperanzadores que a este
respecto se hayan hecho en años recientes es el movimiento del diseño
inteligente.1 Al señalar numerosos ejemplos de entidades fundamentales
del mundo biológico que muestran complejidad irreducible, diferentes
científicos no cristianos han aceptado que debe de existir un ser
inteligente detrás de la Creación. La teoría de la "gran explosión" en
su conjunto nos lleva a preguntar qué o quién produjo dicha
"explosión".
Para otras personas, argumentos filosóficos como los del famoso
escocés del siglo XVII, David Hume, resultan más convincentes. Hoy,
aunque no se diga que los milagros son imposibles, se piensa que las
probabilidades de una explicación natural son siempre mayores que una
explicación sobrenatural. Los fenómenos pueden engañarnos, los
testigos pueden equivocarse y, además, para explicar un suceso es
necesario que éste tenga analogías con lo que ha sucedido en el
pasado. Sin embargo, no queda nada claro que cualquiera de estos
argumentos implique que las pruebas nunca podrían ser inequívocas ni
los testigos inexpugnables... y, si cada suceso debe tener una analogía
conocida, entonces por ejemplo, la gente que vivía en los trópicos
antes de la aparición de la tecnología moderna no hubiese aceptado la
existencia del hielo!2
Hoy, quizá la objeción más común de los eruditos a la credibilidad de
los milagros de Jesús es que las historias y mitos de otras religiones
que compitieron con el cristianismo en el imperio romano del primer
siglo son muy similares, y por ende, dicen que tiene más sentido
asumir que las historias de los milagros cristianos enseñan verdades
teológicas mediante relatos ficticios. Es curioso ver con cuánta
frecuencia la gente común e incluso algunos expertos repiten la
acusación de que los milagros del Evangelio suenan como las leyendas
de otras religiones antiguas sin siquiera haber estudiado esos
relatos. Por ejemplo, con mucha frecuencia se alega que hubo
nacimientos virginales e historias de resurrección en todo el panorama
religioso antiguo; pero, de hecho, la mayoría de los supuestos
paralelos con nacimientos especiales implican relaciones sexuales
humanas ordinarias emparejadas con la simple creencia de que una de
las personas involucradas era en realidad un(a) dios(a) de incógnito.
También ha sucedido lo que con Alejandro el Grande, en una de cuyas
leyendas aparecida casi un milenio después que él, el gigante Pitón se
enredó alrededor de su madre en la noche de bodas, y manteniendo a su
padre a una discreta distancia impregnó a la joven mujer.3
En el caso de la resurrección, existen historias acerca de dioses o
diosas que morían y resucitaban cada año, con frecuencia en las
temporadas correspondientes a la cosecha y la plantación,
respectivamente. En ocasiones, los escritores grecorromanos utilizaban
el término metafóricamente para hablar acerca de la restauración de la
salud de alguna persona gravemente enferma o del estatus de alguien
que había caído en desgracia o había sido depuesto por algún tiempo.
Sin embargo, no existen historias originadas en el mundo antiguo (ni
en el moderno, a decir verdad) de seres humanos reales que hayan
empezado a circular en el transcurso de la vida de sus seguidores, y
en las cuales dichos individuos hayan muerto y resucitado
corporalmente para expiar los pecados del mundo.4
De hecho, la totalidad de las historias paralelas más cercanas a los
milagros de Jesús en el mundo mediterráneo antiguo son un poco
posteriores al tiempo en que él vivió. Se dice que Apolonio de Tiana,
quien vivió a finales del primer siglo, obró dos o tres milagros muy
similares a las sanaciones y resurrecciones de Jesús. De la misma
manera, se dice que el carismático judío obrador de maravillas Hanina
ben Dosa, cuyas historias aparecen en la literatura rabínica
posterior, hizo un par de sanaciones milagrosas similares a las de
Cristo. El mito gnóstico del segundo siglo acerca de un redentor
ascendente y descendente algunas veces insertaba explícitamente a
Jesús en lugar de (o como) Sofía, la "Sabiduría", como su héroe. El
mitraísmo empezó a parecerse al cristianismo hasta finales del siglo
II y principios del III. Pero todas estas adaptaciones son demasiado
tardías para haber influenciado a los escritores del primer siglo; si
acaso, pueden haber nacido del deseo de hacer a sus héroes más
parecidos a Jesús, y por lo tanto más creíbles en un mundo en el que
el cristianismo estaba teniendo cada vez más influencia.
Entonces, cuando todas las principales razones para no creer en los
milagros del Evangelio dejan de ser convincentes, ¿cuáles son las
razones positivas para creer en ellos? Para empezar, están
profundamente insertados en cada una de las capas y fuentes de los
evangelios, así como en los evangelios terminados, de la tradición
cristiana temprana. Así mismo, las fuentes judías atestiguan los
milagros de Jesús. Enfrentados con la oportunidad de negar las
declaraciones cristianas de que Jesús realizó tales proezas
sorprendentes, Josefo y el Talmud prefieren corroborarlas, aunque no
crean que Jesús haya sido enviado del Cielo. Los rabinos con
frecuencia acusaban a Jesús de ser un hechicero que desvió a Israel,
de forma muy parecida a como los líderes judíos de los relatos
evangélicos (Marcos 3:20-30) acusaban a Cristo de recibir su poder de
parte del diablo.
Además, la naturaleza de los milagros de Jesús contrasta marcadamente
con la mayoría de los milagros de su entorno. Existe un número
bastante grande de relatos sobre exorcismos y sanaciones en fuentes
judías, griegas y romanas, pero ninguno en el que determinado obrador
de maravillas realice sus milagros con regularidad y éxito sin
utilizar fórmulas o instrumentos mágicos, sino sólo con la oración
adecuada a Dios o los dioses.5 Los milagros más espectaculares obrados
sobre la naturaleza tienen pocos paralelos en el mundo grecorromano;
existen algunas historias, pero con frecuencia también hay razones
para no creerlas. Por ejemplo, de la fuente del templo de Dionisio, en
Efeso, fluía vino en lugar de agua una vez al año. Sin embargo,
Luciano explicó que los sacerdotes tenían un túnel subterráneo secreto
que les permitía reemplazar por vino el suministro de agua de la
fuente. Difícilmente podría ser ésta la explicación de cómo convirtió
Jesús el agua en vino.
Los milagros "cristianos" apócrifos forman parte del grupo de
narraciones que tienden a llenar los espacios vacíos de los registros
evangélicos. ¿Cómo fue Jesús de niño? ¿Cómo ocurrió el nacimiento de
la virgen? ¿Qué sucedió cuando Jesús descendió al lugar de los
muertos? A veces las respuestas son bastante frívolas comparadas con
las de los evangelios canónicos: el niño Jesús sacando pájaros del
lodo e insuflándoles vida para que pudieran volar, o maldiciendo a un
compañero de juegos que se había burlado de él para secar sus
miembros. Ciertamente, dentro de los evangelios de Mateo, Marcos,
Lucas y Juan, el propósito principal de los milagros de Jesús es
demostrar que el reino está cerca, que la era mesiánica ha llegado
(Lucas 12:28); pero si el reino está cerca, entonces el rey debe estar
cerca también... y si la época mesiánica ha llegado, entonces el Mesías
debe estar presente. El propósito principal de los milagros no es
demostrar lo que Dios puede hacer por nosotros.
Las historias paralelas más cercanas a los milagros de Jesús están, de
hecho, en el Antiguo Testamento: la alimentación de multitudes con pan
provisto milagrosamente; la soberanía de Dios sobre el viento y las
olas; Elías y Eliseo resucitando muertos... Todos estos parecen
antecedentes cruciales para entender los textos del Nuevo Testamento.
Si acaso, dichos paralelos deberían inspirar confianza en la
confiabilidad de los relatos neo testamentarios.
Al mismo tiempo, nada en la teología cristiana nos exige argüir que
los milagros bíblicos son los únicos que han ocurrido. Nada en la
Biblia nos obliga a imaginar que Dios utiliza sólo a su gente para
obrar lo sobrenatural, y tanto la inspiración demoníaca como la
manufactura humana pueden explicar otras obras sobrenaturales. Además,
nada les impide tener paralelos en posteriores tradiciones cristianas.
Al mismo tiempo, los historiadores no deberían, y no necesitan, tener
una actitud más crédula hacia los milagros bíblicos que hacia los
extra bíblicos. Cuando aplicamos a ambos el mismo criterio de
autenticidad, los milagros bíblicos gozan de más pruebas que los
apoyan.
Para concluir, comparto una cita de uno de los historiadores más
meticulosos entre los expertos bíblicos contemporáneos:
Vista en su conjunto, la tradición de los milagros de Jesús está mejor
apoyada por los criterios de historicidad que muchas otras tradiciones
bien conocidas y con frecuencia aceptadas sin objeción acerca de su
vida y ministerio... Dicho en forma dramática, pero sin demasiada
exageración: si se rechazara totalmente la tradición de los milagros
del ministerio público de Jesús por no ser histórica, entonces
tendrían que rechazarse todas las demás tradiciones evangélicas acerca
de él.6
Notas
1 Ver especialmente Michael J. Behe, Darwin's Black Box: The
Biochemical Challenge to Evolution [La caja negra de Darwin: El
desafío bioquímico a la Evolución] (Nueva York y Londres: Free Press,
rev. 2006).
2 Ver Joseph Houston, Reported Miracles: A Critique of Hume [Milagros
registrados: Crítica a Hume] (Cambridge: Cambridge University Press,
1994).
3 Ver especialmente J. Gresham Machen, The Virgin Birth of Christ [El
nacimiento virginal de Cristo] (Nueva York: Harper & Row, 1930;
Londres: James Clarke, repr. 2000).
4 Para ver todos los detalles cf. Ronald H. Nash, The Gospel and the
Greeks: Did the New Testament Borrow from Pagan Thought? [El Evangelio
y los griegos: ¿Tomó prestado el Nuevo Testamento al pensamiento
pagano? (Phillipsburg, N.J.: Presbyterian & Reformed, rev. 2003).
5 Ver especialmente Graham H. Twelftree, Jesus the Exorcist [Jesús el
exorcista] (Peabody, Massachusets: Hendrickson, 1991); idem, Jesus the
Miracle Worker [Jesús el obrador de milagros] (Downers Grove,
Illinois: InterVarsity Press, 1999).
6 John P. Meier, A Marginal Jew: Rethinking the Historical Jesus, vol.
2 [Un judío marginal: Modificando nuestra forma de pensar acerca del
Jesús histórico] (Nueva York: Doubleday, 1994), 630.