Post by diaspar...excepto los amigos. Esa es una frase genial que me he encontrado en
una novela que en general me aburre bastante, "Las Armas de Avalón" de
Zelasny En efecto, puedes dejarte en el banco de un parque una costosa
compra de libros, que seguro que tras dor horas seguirán alli, pero a un
amigo (y me refiero a todos vosotros jodíos) no les dejaría tres
segundos solos en mi biblioteca.
Dado a que es un tema bastante recurrente en el grupo sería interesante
que contárais experiencias de ese tipo. ¿Os ha robado alguna vez un
libro un desconocido?
Yo robé libros en Pryca (ahora Carrefour) durante mucho tiempo. En
aquella época ese establecimiento de m*erda detentaba el monopolio de
los grandes emporios comerciales (e incluso medianos) en la ciudad de
Almería (de qué forma más o menos venal mantuvo dicho monopolio
durante años, la rumorología local abundó en explicaciones, de un
contenido consistorial que no detallaré porque podéis suponerlo), lo
que, como es inevitable en todo monopolio, redundaba descaradamente en
precios altos, mal servicio y todo tipo de picarescas, como, por
ejemplo, una tendencia a que los errores en la caja (siempre en
perjuicio del cliente) ocurrieran con demasiada frecuencia y a que las
reclamaciones s obre esas incidencias se toparan con una actitud
pasivo-agresiva bastante lejana de "el cliente siempre tiene razón",
con el obvio objetivo de, sin negarte nada expresamente, aburrirte y
hacerte desistir, (objetivo ayudado por la actitud urgente con que
empujaban detrás de ti las enormes colas de clientes impacientes en la
cola que el monopolio de los hipermercados les permitía mantener).
Nunca hubiera robado, en aquella época, ni nunca, un libro de una
librería de verdad, establecimientos que considero que deben ser
protegidos con el mismo fervor que los templos (sin que ese fervor, en
ninguno de los dos casos, implique privilegios fiscales) aunque
reconozco que las fundas de plástico que, ahora ya menos, pero durante
muchos años protegían el contenido de los libros del alcance de
gorrones de capacidades lectoras superlativas probablemente las
instauraron por mí; pero ni la sección de libors de Pryca puede
llamarse "librería", ni la sección en la que ponen a la venta pizzas
hechas con lo que se va estropeando de los expositores de refrigerados
puede llamarse "Ristorante", así que a la segunda o tercera jugarreta
de este tipo, renuncié y, en vez de hacer cola (que cola había allí
también) en la mesa de reclamaciones, ahorraba tiempo y me resarcía
entrando a robar algo, lo que en aquella época era rápido y fácil.
Como la sección de librería abundaba, claro está, en los equivalentes
de aquella época de el Código Da Vinci (creo recordar que se llevaban
mucho las historias de frailes detectives, con algo de sacerdotes
egipcios detectives, y también las chuminadas de humor cansino y ralo
de la colección El Papagayo, de la Editorial Temas de Hoy, aparte de
los eternos premios Planeta, que en aquellos tiempos ganaban siempre
presentadores de televisión hasta entonces ágrafos), me servía sobre
todo de lo que había de bolsillo de mARTÍNEZ Roca: las Crónicas de
Prydain, de Lloyd Alexander, algunos de Mundodisco de Pratchett, y ya,
al final, porque me impresionan sus cualidades, pero no me
impresionan, generalmente, sus contenidos, tropecientas entregas de
Elric de Melniboné de Moorcock.
Procuraba ser equitativo en el monto de mis actividades depredadoras
(y nunca mejor dicho) con respecto a la cantidad en la que había sido
defraudado, pero equitativo no siginificaba idiota: valoraba mil
pesetas sisadas de mi bolsillo por Carrefour en trescientas pesetas de
PVP de libros que, en algunos casos, no me interesaban especialmente,
y qe sobre todo, habían sido adquiridos con cierto riesgo y molestia
(aunque tenía su punto emocionante, casi adictivo: las endorfinas de
Marnie la ladrona)
Similar a la emoción de la caza, por cierto. Yo no aduzco objeciones
éticas ni morales a la caza, ni a los toros. Hay que ser coherente:
consumo, por placer y no por necesidad, casi cada día carne de pobres
animales muertos por otros, pero en mi nombre, y no estoy tan seguro
de si muertos humanamente. Mis objeciones son estéticas: veo tan
placentero descerrajarle un tiro a un venado como atropellar a un
perro con el coche, cosa que, por lo menos a mí, no me gusta, y espero
no parecer muy rarito por eso.
Pero la emoción de la caza, como la de la guerra, existe, anida en
nuestros genes, asoma en nuestros juegos, culmina en nuestras consolas
y en nuestras retransmisiones deportivas por televisión. Y las
endorfinas que libera la acechanza y muerte de la presa deben ser las
mismas que liberan el hurtar y el devorar la cosa hurtada, como bien
saben mis gatos, como bien saben unos amigos que una vez se me
plantaron de visita en unas tierras de mi familia provistos de
abundante artillería, y logré convencerlos de que en vez de matar
inocentes pajarillos, nos fuéramos a robar fruta por la noche al
huerto de un vecino con fama de mala follá, equipados con unas
linternas y unos sacos. Aquello fue más emocionante que "Ocean's
eleven", y en serio que todos estábamos de acuerdo en que nunca
habíamos probado unas uvas tan buenas.
Y eso que yo había probado esas uvas muchas veces antes, porque se
cultivaban en mi tierra, y, claro está, eran mías. ;-)
A esta abventura silvestre la llamaré "Hurto en el huerto"; otro día
narro la de "la broma del misterioso jabalí asesino", aunque creo que
la dejaré para el grupo de teatro.